martes, 8 de enero de 2013

una vez lloré mi pena y acabó en un montón de basura


Una vez lloré mi pena y acabó en un montón de basura.
 
Casi lo había olvidado, pero los empleados de la limpieza del Hospital General de Alicante vuelven a estar en huelga -no les pagan, no limpian- y ese recuerdo amargo ha vuelto a mí como un dardo atravesándome todo el pecho.
 
Una vez fue domingo y diciembre y hace un año y a primera hora de la mañana. Los empleados de la limpieza del hospital no cobraban, por tanto, no limpiaban. La basura se extendía por los pasillos, formaba regueros de vasos, papeles, gasas, compresas usadas y mondas de frutas que se pudrían en el suelo frío. Hacía más de una semana que nadie limpiaba. Olía mal. En cada planta habían puesto un Belén con motivo de las fiestas. La triste imagen de un paciente en bata entre la inmundicia acercándose despacio a la figura del Niño compuso mi estampa más navideña.
 
Mi madre tenía cáncer.
 
Ahora lo digo como si digo cualquier otra cosa que forme parte de la vida por la que peleo: mi madre tiene cáncer, hoy vamos a comer arroz, qué dulce es este sol de invierno. Pero, por entonces, había empezado a decirlo de una manera un tanto robótica -mi madre tiene cáncer, mi madre tiene cáncer, mi madre tiene cáncer...-, diría que casi sin ser consciente de lo que, en realidad, estaba queriendo decir: mi madre tiene cáncer. Lo decía porque el médico me lo había dicho y yo tenía que comunicárselo a los demás. Sin poder pensar demasiado, sin querer pensar demasiado. Mi madre tiene cáncer, decía, el hospital está lleno de basura.
 
Los domingos por la mañana, los hospitales, si es que puede decirse algo así de los hospitales -no hay consultas médicas, las visitas no empiezan hasta la tarde- , son un lugar tranquilo. Joyce Mansour escribió: "Los pasillos son las venas del hospital". El cuerpo de mi madre, por dentro, era como el cuerpo, por dentro, del hospital, como sus pasillos: estaba sucio. La habitación de mi madre la limpiábamos nosotros y los familiares de su compañera. Nuestra lucha empezó así: con una fregona, con una bayeta empapada en agua. Para los empleados de la limpieza, en cambio, fue necesario dejarlas a un lado para que alguien escuchara, por fin, su protesta, para que les fuera devuelta la dignidad que les habían arrebatado y que, como trabajadores, merecían por derecho. Todos los días se concentraban a las doce en la puerta principal. 

Cuando podía, yo también acudía y me solidarizaba con ellos. Sin embargo, ir a mear me daba arcadas. Por qué bajas a hacer bulto, me dijo una día la hija de la compañera de habitación de mi madre, si luego entras al baño y te hacen vomitar de tan guarro como lo están dejando, si luego tú misma te dedicas a limpiar todo lo que a ellos no les da la gana, importándoles un pito que esto esté lleno de enfermos. Después de aquello, pensé: el mundo se está yendo a la mierda.
 
Lo pensé así, como un robot: el mundo se está yendo a la mierda, mi madre tiene cáncer, el mundo se está yendo a la mierda, mi madre tiene cáncer...
 
Una vez fue domingo y diciembre y hace un año y a primera hora de la mañana. Yo llegaba al hospital para relevar a mi padre. Había tanto silencio humano a mi alrededor -en apariencia, los hospitales los domingos por la mañana son un lugar tranquilo-, que, para quebrantarlo, la basura esparcida por los pasillos empezó a chillar como las ratas. Me derrumbé.
 
Una vez lloré por mi madre y por el mundo y todo acabó en un montón de basura.
Mi madre sigue peleando día a día, los empleados de la limpieza del Hospital General de Alicante, también. Hay quienes se encargan de contraponerlas, yo diría que son luchas que van cogidas de la mano.

Alba Ceres Rodrigo 


pepe
 

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