martes, 1 de octubre de 2013

peregrinar





137.

"La Edad Media, ese mundo mítico inacabado que tenía su perfección fuera de sí mismo, es el momento en el cual, el tiempo cíclico, que hasta entonces regulaba la parte principal de la producción, comienza a ser erosionado por la historia. A todos los individuos se les reconoce una cierta temporalidad irreversible (en la sucesión de las edades de la vida, en la vida considerada como un viaje, como una transición sin retorno por un mundo cuyo sentido está en otra parte): el peregrino es el hombre que abandona este tiempo cíclico para convertirse efectivamente en ese viajero del cual cada uno es signo."

"La vida histórica personal encuentra siempre su cumplimiento en la esfera del poder, en la participación en las luchas por el poder y en las disputas del poder.; pero, bajo esta unificación general del tiempo orientado de la Era Cristiana, el tiempo irreversible del poder está infinitamente dividido en el mundo de la fe armada, un mundo en el cual el juego de los Señores gira alrededor de la fidelidad debida y de su traición".

"La sociedad feudal, nacida de la convergencia entre "la estructura organizativa del ejército conquistador tal y como ésta se desarrolla durante la conquista" y "las fuerzas productivas existentes en el país conquistado" - y aquí, el lenguaje religioso debe considerarse como una parte de la organización de esas fuerzas- dividió la dominación social entre  la Iglesia y el poder estatal, subdividido a su vez en las complejas relaciones de señoríos y vasallaje de los poderes territoriales y de los municipios urbanos".

"En esta diversidad de posibilidades de vida histórica, cuando la gran empresa oficial de aquel mundo fracasó en las Cruzadas, el tiempo irreversible, que inconscientemente se desplegaba en las profundidades de la sociedad, ese tiempo experimentado por la burguesía en la producción de mercancías, en la fundación y expansión de las ciudades y en el descubrimiento comercial de la Tierra - la experimentación práctica que destruye definitivamente toda organización mítica del cosmos-, ese tiempo, pues, se reveló paulatinamente como el trabajo ignoto de la época".

Guy Debord, La Sociedad del Espectáculo. Pretextos, 2012

pepe

martes, 8 de enero de 2013

una vez lloré mi pena y acabó en un montón de basura


Una vez lloré mi pena y acabó en un montón de basura.
 
Casi lo había olvidado, pero los empleados de la limpieza del Hospital General de Alicante vuelven a estar en huelga -no les pagan, no limpian- y ese recuerdo amargo ha vuelto a mí como un dardo atravesándome todo el pecho.
 
Una vez fue domingo y diciembre y hace un año y a primera hora de la mañana. Los empleados de la limpieza del hospital no cobraban, por tanto, no limpiaban. La basura se extendía por los pasillos, formaba regueros de vasos, papeles, gasas, compresas usadas y mondas de frutas que se pudrían en el suelo frío. Hacía más de una semana que nadie limpiaba. Olía mal. En cada planta habían puesto un Belén con motivo de las fiestas. La triste imagen de un paciente en bata entre la inmundicia acercándose despacio a la figura del Niño compuso mi estampa más navideña.
 
Mi madre tenía cáncer.
 
Ahora lo digo como si digo cualquier otra cosa que forme parte de la vida por la que peleo: mi madre tiene cáncer, hoy vamos a comer arroz, qué dulce es este sol de invierno. Pero, por entonces, había empezado a decirlo de una manera un tanto robótica -mi madre tiene cáncer, mi madre tiene cáncer, mi madre tiene cáncer...-, diría que casi sin ser consciente de lo que, en realidad, estaba queriendo decir: mi madre tiene cáncer. Lo decía porque el médico me lo había dicho y yo tenía que comunicárselo a los demás. Sin poder pensar demasiado, sin querer pensar demasiado. Mi madre tiene cáncer, decía, el hospital está lleno de basura.
 
Los domingos por la mañana, los hospitales, si es que puede decirse algo así de los hospitales -no hay consultas médicas, las visitas no empiezan hasta la tarde- , son un lugar tranquilo. Joyce Mansour escribió: "Los pasillos son las venas del hospital". El cuerpo de mi madre, por dentro, era como el cuerpo, por dentro, del hospital, como sus pasillos: estaba sucio. La habitación de mi madre la limpiábamos nosotros y los familiares de su compañera. Nuestra lucha empezó así: con una fregona, con una bayeta empapada en agua. Para los empleados de la limpieza, en cambio, fue necesario dejarlas a un lado para que alguien escuchara, por fin, su protesta, para que les fuera devuelta la dignidad que les habían arrebatado y que, como trabajadores, merecían por derecho. Todos los días se concentraban a las doce en la puerta principal. 

Cuando podía, yo también acudía y me solidarizaba con ellos. Sin embargo, ir a mear me daba arcadas. Por qué bajas a hacer bulto, me dijo una día la hija de la compañera de habitación de mi madre, si luego entras al baño y te hacen vomitar de tan guarro como lo están dejando, si luego tú misma te dedicas a limpiar todo lo que a ellos no les da la gana, importándoles un pito que esto esté lleno de enfermos. Después de aquello, pensé: el mundo se está yendo a la mierda.
 
Lo pensé así, como un robot: el mundo se está yendo a la mierda, mi madre tiene cáncer, el mundo se está yendo a la mierda, mi madre tiene cáncer...
 
Una vez fue domingo y diciembre y hace un año y a primera hora de la mañana. Yo llegaba al hospital para relevar a mi padre. Había tanto silencio humano a mi alrededor -en apariencia, los hospitales los domingos por la mañana son un lugar tranquilo-, que, para quebrantarlo, la basura esparcida por los pasillos empezó a chillar como las ratas. Me derrumbé.
 
Una vez lloré por mi madre y por el mundo y todo acabó en un montón de basura.
Mi madre sigue peleando día a día, los empleados de la limpieza del Hospital General de Alicante, también. Hay quienes se encargan de contraponerlas, yo diría que son luchas que van cogidas de la mano.

Alba Ceres Rodrigo 


pepe
 

miércoles, 2 de enero de 2013

cave canem, un poema inédito de luis melgarejo



                                   
Dentro de un perro, sí,
                                   
dentro de un perro caben
mordiscos, obediencia, ladridos, desamparo,
carlancas, madres, lobos, costillares,
cadenas herrumbrosas, candados antiquísimos,
la luz esa que alumbra la infancia en la memoria y
tiritañas raídas por la friega del hambre,
la certeza del pienso y
                                                             
                                                                      cabe el odio y la paz,

las raigambres profundas de la dicha más lenta,
los orines calientes del mozuelo humillado,
la divisa del miedo, los linderos del mundo,
el desguace infinito del motor de la furia,
las pupilas vidriosas que asolan las cunetas
de los caminos rectos y el insomnio,
las lonjas, las aduanas, los montes de piedad,
las cuevas cuando el fuego era un milagro,
alijos, malas pulgas, el pudor,
los zurdos y los diestros, escrutinios,
nitrógeno, potasio, cariño y mucho fósforo y
la osamenta pelada de un gallo de pelea
y un sigilo entre jaras y una asfixia de siglos
y estos nudos que aprietan como aprietan mis puños
el doble corazón de las urgencias
que late en la espesura y
                                                                  

                                                                  también caben los soles,

el cáncer, odaliscas, las sobras, lo caduco,
tus manos, nuestras vidas, mis clavículas,
los cerros, los furtivos, la sed, la burocracia,
el tuétano de un fémur de los de relicario,
miserias, emboscadas, braseros, azadones,
la soledad feliz, el yugo, confidentes,
los jornales manchados de sangre compañera,
la escarcha en el verdín de los estanques,
los golpes, las palabras, el silencio,
los tristes uniformes de un ejército firme,
punzones, maceteros, artilugios modernos
que parece que sirven para viejos quehaceres,
la lógica del jueves, lo amargo de estas vísceras,
condenas, dentelladas, apuros, callejones
y hermosas tachaduras mucho más verdaderas
que lo escrito al dictado del anhelo imperial
y el solsticio de invierno y las cerezas maduras
y el azar y la industria y
                                                               

                                                                       caben canes, canicie,

canículas de asfalto y podredumbre,
pistones, cartapacios, escorzos, nervios, censos,
las cosas sin sus nombres, la lengua que se da,
el mar, las motosierras, el vértigo, los rabos,
la piel de los membrillos, los líquenes graníticos,
la tierra apisonada, pereza y mansedumbre,
quinquenios, maquis, dudas, las perreras,
desórdenes, cuarteles, coltán, la numismática,
trescientas biblias coptas, el precio de la carne,
cabriolas, garrapatas, la raza y el moquillo y
la voluntad del amo y
                                                            

                                                                     también cazuelas, llagas,

laúdes, pedigríes, chilabas, desconcierto,
hollín, balates, yunques, gatos, sogas,
pinceles, hemiciclos, olvido, longanizas,
susurros, diagonales, microprocesadores,
el fiel de la balanza trucada de los justos,
la mística, la leña, sudor, fideicomisos,
las sonrisas sinceras, las mentiras piadosas,
el jazz, la levadura, lo falaz,
las florecillas blancas de las papas,
la pólvora, los trenes, pequeñas alegrías,
neblina, vecindades y más de cinco mil
cadáveres anónimos según la luz que arrojan
los datos más recientes relativos
a las fosas comunes de desaparecidos
de esta provincia nuestra.                   
                                                                       
                                                                      Dentro de un perro, sí.

Dentro de un perro cabe la historia verdadera.

Luis Melgarejo

(inédito)

en http://www.culturamas.es/blog/2013/01/02/luis-melgarejo/

pepe