martes, 23 de octubre de 2012

sonny



sale sonny a saludar encorvado y aparentemente vencido y la noche se mueve hacia dentro, hacia los primeros compases de la música que nos aparta el miedo, la vergüenza, el hastío. sale sonny con su historia tras él que parece vencerle el espinazo y sin embargo empieza a sobrevolar nuestra cabezas con una ligereza indomable y precisa.

da una vuelta completa al escenario por detrás de sus músicos y sin aviso entrega su melodía de piedra y cielo a la noche, como las palabras de la tribu. viene de la noche del tiempo y vuelve a ella, al sonido primordial de los animales esperando ser heridos, quejándose ya de la dentellada que no ha sucedido aún, del desgarro en la garganta, la caída inminente.

sonny lleva una camisa rojo sangre y el pelo blanco rizado y gafas negras y la barba faraónica y se mueve también como los animales y como algunos hombres que sueltan alaridos de su garganta al mirar a su alrededor y darse cuenta que han de empezar a moverse si no quieren caer, inciar un baile alegre y sombrío, una ceremonia de aire y piel percutida.


en un momento de la música, sonny se para, erguido, mira hacia arriba y parece que convoca a sus ancestros; acaricia el metal y el nácar y busca penumbra a un lado del escenario. se sonríe apenado, dispuesto para el siguiente hueco de música íntima y perentoria. abandona el baile por un momento, paso leve de árbol viejo y lanza otro nuevo aullido sentimental que enmudece y alegra nuestra noche.


"la música de jazz ha prosperado porque ha tenido que luchar para subsistir". saluda de nuevo, se vuelve un momento hacia el público y levanta el puño y lo agita en señal de conmemoración, porque sabe que aún no estamos vencidos.


pepe

lunes, 22 de octubre de 2012

nancy gallegos en kokoro



olvidante:
                enraizado a un costillar de arena

                 el paladar seco            olvida
                 pronunciar la carencia



el llanto


el eco de todas las enlutadas que soy

aspira a la distensión del cuerpo
su ligera carga

que los vientos de verano moribundo
coincidan con las hojas
que nos caen de los ojos.


imaginario íntimo


habitados por el imaginario

que nace del trazo
ocurrimos en el lenguaje
espacio natural de presagios



la que me habita


cae la sombra de su memoria

a r r a s t r a confusión de tierra y letargo
evidencia el rostro
cubre la niebla

Nancy Gallegos, La que me habita


http://revistakokoro.com/Laquemehabita.html


pepe

miércoles, 17 de octubre de 2012

emma goldman: 1940


 Las mentes de los hombres están confusas, cada fundamento de nuestra civilización parece estar tambaleándose. Las personas están perdiendo su fe en las instituciones existentes y los más inteligentes están comprendiendo que el capitalismo industrial está fracasando en cada uno de los propósitos que se supone que defiende.
 
El mundo ha perdido el tino. El parlamentarismo y la democracia están en declive. La salvación se busca en el fascismo y otras formas de gobiernos “fuertes”. El enfrentamiento entre ideas opuestas, que está teniendo lugar en el mundo, implica problemas sociales que demandan una urgente solución. El bienestar del individuo y el destino de la sociedad humana dependen de la correcta respuesta dada a estas cuestiones. La crisis, el desempleo, la guerra, el desarme, las relaciones internacionales, etc..., están entre esos problemas.
 
Emma Goldman
La palabra como arma

II. Individuo, Sociedad y estado
Free Society Forum, 1940

pepe

martes, 16 de octubre de 2012

un texto de martine broda




"Lejos de toda insipidez sentimental, el lirismo sigue siendo en su más elevada exigencia, un modo de afrontar la condición humana, además del enigma mismo del deseo. Su muerte determinaría la de lo poético, y su reflujo ha llevado a la situación de crisis actual, lo cual testimonia elocuentemente el reciente cuestionario aparecido en una revista: la pregunta planteada a los poetas versaba sobre si la poesía va a desaparecer o debe hacerlo. Hoy en día, en Francia, la poesía, al perder contacto con su público a medida que renuncia a toda dimensión existencial, ética y de destino, deriva en una tendencia a agotarse en juegos paródicos, o incluso a quedarse exangüe, como esa aburrida “poesía blanca” que se mantiene desde hace un tiempo en el proscenio. La actual “modernidad negativa” no ha teorizado nunca su práctica, sólo se contenta con promulgar interdictos, ya que posee, sobre todo, tabúes, y uno de los más risibles es aquel que sospecha siempre de cualquier emoción, incluso la más sobria, aun cuando la poesía posea su propio pathos, que es el de la afasia. Con el pretexto de poner a prueba los límites de la lengua, también se imita la abstracción minimalista pictórica, movimiento repetido multitud de veces epigonalmente, sin tener en cuenta que la poesía no puede llegar tan lejos en su propio despojo como la pintura, en razón del vínculo del lenguaje con el sentido y el deseo, que no puede cortarse sino a riesgo de perderlo todo. ¿Hay que erradicar de la lengua todos los nombres del deseo? Mallarmé dijo un día que la destrucción fue mi Beatriz, y desde entonces un muro entero de la poesía actual aún no ha podido reedificarse. ¿Es un destino de lo sublime, por exceso de sublimación, el de devenir solamente negativo, o meramente sublime de lo impresentable? ¿Es un destino del deseo puro, a fuerza de quemar los objetos, el de terminar extinguiéndose en un deseo de nada, deseo de muerte?".

Martine Broda

In Memoriam Martine Broda (pdf-selección)
Nancy 1947- Paris 2009
Anales de Filología Francesa, n.º 17, 2009
Miguel Veyrat

pepe

lunes, 15 de octubre de 2012

ana hidalgo en revista kokoro nº 2 octubre 2012

La deixis y otros fantasmas del lenguaje
 por ANA HIDALGO

  No habla, ni oculta, sino que hace señales

 [Heráclito]



La deixis no nombra sino que señala. Escribo “aquí” pero "aquí" no es una palabra sino una señal, un trazo, aquí, justo aquí, casi sensación y pedido, lo escrito. Entonces el otro ve mi cuerpo, ve la huella que dejaron los pies, ve la sombra proyectada en el suelo, ve lo que yo no puedo ver porque yo no puedo verme, y de esta manera el otro afirma qué es “aquí”, en cuanto otro lo afirma, puede afirmarlo, “tú”, “eso”, “a mí”. La deixis como resta, como lo restado, hueco de lenguaje y doble de lenguaje, no es el habla donde puedo encontrarte sin encontrarte –ese habla de morfemas desplegados–, sino que es el habla donde tú puedes encontrarme sin encontrarme, lo alcanzado y las manos. Lo que quiero decir es que nos amábamos a la manera de un círculo, la circularidad y el retorno del amor, se mira, se sabe, se olvida, y en esta impersonalidad nos uníamos. Sucedió con anterioridad porque la deixis es lo sucedido con anterioridad, sustitución de lo ya nombrado, de lo ya consabido, de lo ya vivido, sustitución y sin embargo nunca terminado de nombrar, saber, vivir. Sé dónde es “aquí” pero de ninguna manera podré saberlo  –yo te amo.


A una y otra mano, allí
donde me crecían las estrellas, lejos
de todos los cielos, cerca
de todos los cielos:
¡Cómo
se vela allí! ¡Cómo
se nos abre
el mundo a través
de nosotros!

Tú estás
donde tu ojo está, estás
arriba, estás
abajo, yo
encuentro salida.

Oh ese centro errante, vacío,
hospitalario. Separados,
te caigo en suerte, me
caes en suerte, uno del otro
caído, vemos
a través:

Lo
Mismo
nos ha
perdido, lo
Mismo
nos ha
olvidado, lo
Mismo
nos ha-

                                                                               [Paul Celan]      

   


La deixis posee un contenido semántico evidente en el lenguaje hablado. Si yo digo "aquí", la persona que me oye interpretará “aquí” como el lugar donde ambos nos encontramos, claro de bosque, aquí es aquí.  De igual forma, en el habla, “allí” será el lugar afuera, y “tú” y “yo” nosotros mismos. Sin embargo, en  la escritura, la deixis aparece suelta, el cuerpo común se ha desprendido y el contenido semántico es apenas un fantasma –el lector encuentra la huella léxica pero no hay nadie alrededor, pequeña cavidad, creo para comprender. Consciente de que el lenguaje es deixis, Platón desconfiaba de la escritura pues temía la malinterpretación que la separación entre autor y lector pudiera ocasionar: Éste es, mi querido Fedro, el inconveniente, así de la escritura como de la pintura; las producciones de este último arte parecen vivas, pero interrógalas, y verás que guardan un grave silencio. Lo mismo sucede con los discursos escritos: al oírlos o leerlos crees que piensan, pero pídeles alguna explicación sobre el objeto que contienen, y te responden siempre la misma cosa. Lo que una vez está escrito rueda de mano en mano, pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes no ha sido escrita la obra, sin saber, por consiguiente, ni con quién debe hablar, ni con quién debe callarse. El lenguaje escrito, heredero del temor de Platón, intentó luchar contra la deixis, desnudez de las referencias, y de esta manera depositó junto a cada huella un zapato, nacimiento de la morfología, los nombres sexuados. Pero no fue suficiente.


El maná... el pueblo se diseminaba y lo recogía, y luego lo molía entre dos piedras de molino, o lo pillaba con el almirez, lo cocía en un puchero y hacía tortas. (...) ¿Cómo conciliar estos tres versículos? A los jóvenes les sabía a pan, a los viejos les sabía a miel, y a los niños de pecho les sabía a aceite.
                                                                          
[El Talmud]


 La deixis no se resuelve mediante la suma de morfemas. El problema no es que el lector no pueda preguntarle al autor dónde es aquí pues aunque  pudiera preguntarle de poco serviría saber que “aquí” es “el pueblo donde nací” o que “él” era “un hombre que conocí hace veinte años”, y el problema no es éste porque la deixis no funciona así, no se resuelve así. La deixis no es un enigma lingüístico, no es un crucigrama, sino que la deixis es una sensación, la sensación hecha palabra, sentir calor o frío, hambre, el tacto. De esta manera “aquello” nunca será "aquella cosa" sino un roce inesperado en el brazo, lo que sentí y equilibró la historia, inclinada hacia. El hermeneuta no es el que pregunta al texto  –yo leía tumbada en el suelo y movía los labios. El hermeneuta es el que padece el texto, bajo espalda y humedad, los climas húmedos de la costa: “aquí” es mi ofrecimiento y “él” nuestro deseo.


Eso
está cercano


pues
la sustancia en mí que alienta
es


la misma
que


la otra de las lejanías

                                         [André Du Bouchet]



La poesía de André Du Bouchet es una poesía deíctica y lo es no sólo por la presencia de palabras deícticas sino por el trato que todas las palabras reciben en sus textos. La deixis por tanto puede residir en cualquier tipo de palabra, no sólo en los pronombres,  también en las preposiciones y adverbios e incluso en las palabras con un lexema fuerte como es el caso de los sustantivos, los adjetivos y los verbos. Un sustantivo se desprenderá de la nitidez y concreción de su lexema cuando este sustantivo sea tratado desde las sensaciones y la memoria anterior. Así una "montaña" será deixis cuando deje de nombrar una montaña concreta y sea el recuerdo de otro, otro quién, sombra proyectada sobre mi pecho y vientre. La poesía de Du Bouchet es una poesía de sensaciones térmicas: la estufa, la nieve depositándose sobre la casa, el alimento transformándose sobre el fuego de la sartén; y estas sensaciones térmicas son la deixis, nunca conocido y sin embargo siempre reconocido, vivifico a mis antepasados a través del sudor o del temblor de invierno.

 La temperatura cálida de la comida
va de una mano a otra mano

                                    [Santôka Taneda]



La poesía oriental es esencialmente deíctica. El idioma chino es un idioma de fantasmas en tanto que sus tiempos verbales carecen de morfemas de número, tiempo y modo; igualmente sus sustantivos y adjetivos tampoco poseen la marca de género ni de plural. El sentido abre sus límites en el idioma chino y una palabra es lo posible y extenuado, vivencia de espejos, hablar es formar parte del mito. A nosotros nos podría parecer que un idioma así es excesivamente ambiguo y lleno de equívocos o cómo se ha de leer la poesía. Todas las vidas: el hermeneuta y su cuerpo inclinado, la espalda doblada, la presión sobre los riñones. El hermeneuta con piedras sobre el estómago, homenaje: entre el signo y la mano que señala, cómo y aguardaremos. La inmanencia del animal a la que se refería Georges Bataille.

 


La deixis, desde su falta de concreción, desde su gesto efímero,  se reproduce en la impersonalidad, tomando cauce en la boca del “se”, el “se” de “se habla”, “se dice”, “se piensa”, aquella línea trazada en el suelo entorno a la cual nos agruparíamos  –y dios línea como materia línea. La impersonalidad no es la falta de visión sino el ojo en la nuca, la glándula pineal cartesiana o más ojos en las rodillas, ojos en la planta de los pies, ojo separado. Así, la impersonalidad de la deixis genera una carencia, un hueco, pero ese hueco es un órgano a través del cual las distancias son fecundadas –te soñé y después durante todo el día fue el trabajo, mi tiempo. De una manera similar, la oración pasiva es deixis en tanto que impersonalidad, la impersonalidad de lo que regresa y escucha, porque tuve un hermano tantos años mayor que yo, un hermano que quizá acaba de ser asesinado. El participio, forma verbal de la oración pasiva, es la acción de recibir, la no acción; en ocasiones el participio puede adquirir la función de un adjetivo, o al menos su apariencia, pues mientras que el adjetivo adquiere su precisión en la escultura griega, el participio es la intuición de aquellas piezas antropomorfas pre-colombinas, planicie y maíz, mitades. La oración pasiva, deixis e izquierda, impersonalidad, es un rostro de perfil, el rostro amado en cuyo hueso de la nariz, curvatura, reside lo sagrado –olfatear es haber sido, la gloria de la división, y pariré.



En cada hombre hay algo sagrado. Pero no es su persona. Tampoco es la persona humana. Es él, ese hombre, simplemente.

Ahí va un transeúnte por la calle, tiene los brazos largos, los ojos azules, un espíritu por el que pasan pensamientos que ignoro, pero que quizá sean mediocres.

Ni su persona, ni la persona humana en él, es lo que para mí es sagrado. Es él. Él por entero. Los brazos, los ojos, los pensamientos, todo. No atentaré contra ninguna de esas cosas sin escrúpulos infinitos.

(...) En los que han sufrido demasiados golpes, como los esclavos, esa parte del corazón a la que el mal infligido hace gritar de sorpresa parece muerta. Pero jamás lo está del todo. Tan sólo ya no puede gritar. Se mantiene en un estado de gemido sordo e ininterrumpido.

Pero incluso en quienes el poder del grito está intacto, ese grito no consigue expresarse hacia dentro ni hacia afuera con palabras seguidas. Lo que sucede a menudo es que las palabras que intentan traducirlo suenan completamente falsas.

Ello es tanto más inevitable cuanto que aquellos que más a menudo tienen ocasión de sentir que se les hace un daño son los que menos saben hablar. Nada más horroroso, por ejemplo, que ver en un tribunal a un desgraciado balbucear ante un magistrado que lanza ocurrencias graciosas en un lenguaje elegante.

(...) La persona no es lo que proporciona este criterio. El grito de dolorosa sorpresa que infligir un mal suscita en el fondo del alma no es algo personal. No basta con atentar contra la persona y sus deseos para hacerlo brotar. Brota siempre a causa de la sensación de un contacto con la injusticia a través del dolor. Constituye siempre, tanto en el último de los hombres como en Cristo, una protesta impersonal.

Muy a menudo se alzan gritos de protesta personal, pero estos no tienen importancia; se puede provocar tantos como se quiera sin violar nada sagrado.

Lo que es sagrado, lejos de ser la persona, es lo que en un ser humano es impersonal.

Todo lo que en un hombre es impersonal es sagrado, y sólo eso.

(...) La ciencia, el arte, la literatura, la filosofía, que tan solo son formas de realización de la persona, constituyen un dominio en el que se llevan a cabo logros espectaculares, gloriosos, que hacen vivir a algunos hombres durante miles de años. Pero por encima de ese dominio, muy por encima, separado de él como por un abismo, existe otro en el que están situadas las cosas de primer orden. Esas son esencialmente anónimas.

Es puro azar que el nombre de los que allí han penetrado se conserve o se haya perdido; incluso cuando se ha conservado, han entrado en el anonimato. Su persona ha desaparecido.

La verdad y la belleza habitan ese dominio de las cosas impersonales y anónimas. Es él el que es sagrado. El otro no lo es, o si lo es, es sólo como podría serlo una mancha de color que, en un cuadro, representa una hostia.
                                                                                  
  [Simone Weil]



Lo sagrado es el amor de la distancia, una forma de recordar que supone la multiplicación del cuerpo, pasión del número. El mayor acto sagrado es señalar con la mano, bautizo de lo dejado caer, y de ahí la similitud entre los números y la palabra deíctica. La pintura de iconos, pintura de la impersonalidad sagrada, es una llave que cierra los números y al cerrarlos nos sitúa junto a ellos, número cuatro  –los ojos del pantocrátor repiten “suyo” y “suyo” es el amparo de mi mano en tu pelo, lo que volverá a ocurrir, tres quintos, tres sextos, el tres, el cuatro. 

Lo sagrado, nuestra impersonalidad, es la autenticidad del hombre, retrato de la anciana y del cabello, entendiendo por autenticidad aquello que esbozó Heidegger en Ser y tiempo, en palabras de Gianni Vattimo: Trátase de una precomprensión que surge de alguna manera de la cosa misma: no evidentemente en el sentido de que la cosa se dé de algún modo como simple presencia, sino en el sentido de que la comprensión que realmente abre al mundo es nuestra relación concreta con la cosa. (…) Este experimentar nunca se entiende principalmente como encuentro de un sujeto con un "objeto", sino que se lo entiende como una relación más compleja. 

La relación concreta con la cosa no es la definición de la cosa, su individualidad, sino la sensación, la entrega de nuestra habla, aquellas sensaciones térmicas de André Du Bouchet. No es casualidad que los verbos de tiempo como “llueve”, “hace frío”, “es de noche”, sean verbos impersonales, deícticos: el cerco semántico de estos verbos es imposible, pues nadie llueve, únicamente la lluvia cayó sobre mi casa, mojó la ropa tendida, mojó al gato, fue la humedad y el olor de la tierra, fuera de mí y a mí, lo sagrado. El verbo “llover” o la fórmula “es de noche” son la autenticidad, el mito, no el individuo ni tampoco la colectividad sino el mito. Los mitos dicen “ahí ocurre” y señalan, nos señalan. Yo me parecí a mi madre como un amor que busca, máscaras rituales que exageran el gesto para que en el despojamiento nos volvamos gruesos, troncos de árboles cortados y cada circunferencia, ahí ocurre.



  
Si en efecto nos planteamos el problema de los orígenes y la razón de ser (o la necesidad primordial) del teatro, encontraremos metafísicamente la materialización o mejor la exteriorización de una especie de drama esencial, y en él, de una manera a la vez múltiple y única, los principios esenciales de todo drama, orientados y divididos, no tanto como para perder su carácter de principios, pero sí lo suficiente como para contener de manera esencial y activa, es decir plena de resonancias, infinitas perspectivas de conflicto. Analizar físicamente un drama semejante es imposible y sólo poéticamente, y sirviéndonos de cuanto pueda haber de comunicativo y magnético en los principios de todas las artes, es posible evocar, por medio de sonidos, músicas y volúmenes, dejando de lado todas las similitudes naturales de las imágenes y de las semejanzas, no ya las direcciones primordiales del espíritu, a las que nuestro excesivo intelectualismo lógico reduciría a inútiles esquemas, sino estados de una agudeza tan intensa y absoluta que más allá de los temblores de la música y la forma se sienten las amenazas subterráneas de un caos tan decisivo como peligroso.
             
Y ese drama esencial, lo advertimos claramente, existe, y está hecho a imagen de algo más sutil que la Creación misma, que ha de representarse como el resultado de una única voluntad; y sin conflicto.
            
Es necesario creer que el drama esencial, la raíz de todos los grandes misterios, está unido al segundo tiempo de la creación, el de la dificultad y el Doble, el de la materia y la materialización de la idea.
          
Parece en verdad que donde reinan la simplicidad y el orden no puede haber teatro ni drama, y que el verdadero teatro, como la poesía, pero por otros medios, nace de una anarquía organizada, luego de luchas filosóficas que son el aspecto apasionante de estas unificaciones primitivas.
       
 Ahora bien, estos conflictos que el cosmos en ebullición nos ofrece de un modo filosóficamente distorsionado e impuro, la alquimia nos lo propone como intelectualidad rigurosa, pues nos permite alcanzar una vez más lo sublime, pero con drama, tras un desmenuzamiento minucioso y exacerbado de toda forma insuficientemente afinada, insuficientemente madura, ya que de acuerdo con el principio mismo de la alquimia el espíritu no puede tomar impulso sin haber pasado por todos los filtros y fundamentos de la materia existente, y haber repetido esta tarea en los limbos incandescentes del porvenir. Diríase que para alcanzar el oro material, el espíritu ha debido probar primero que era merecedor del otro oro, que sólo ha obtenido, que sólo ha alcanzado cediendo a él, aceptándolo como un segundo símbolo de la caída que debió experimentar para redescubrir luego en una forma sólida y opaca la expresión de la luz misma, de la rareza, de la irreductibilidad.
       
 La operación teatral de fabricar oro, por la inmensidad de los conflictos que provoca, por el número prodigioso de fuerzas que opone y anima recurriendo a una especie de redestilación esencial, desbordante de consecuencias y sobrecargado de espiritualidad, evoca finalmente en el espíritu una pureza absoluta y abstracta, a la que nada sigue, y que podría concebirse como una nota única, una especie de nota límite, atrapada al vuelo: la parte orgánica de una indescriptible vibración.
      
 (…) Aparte de la prodigiosa matemática de este espectáculo, lo que nos parece más sorprendente y admirable es ese aspecto de la materia como revelación, de pronto desmenuzada en signos que nos muestran en gestos perdurables la identidad metafísica de lo concreto y lo abstracto. Pues aunque estemos familiarizados con el aspecto realista de la materia, aquí aparece elevado a la enésima potencia, y estilizado definitivamente.
                          
[Antonin Artaud]

            
La verdad es la máscara, deixis del rostro, y no el desenmascaramiento. Los ritos son espectáculos teatrales porque celebración, verbo impersonal, es el encuentro entre el espectador y el actor. Por eso hay una inmoralidad en querer hacer del teatro un género literario. El género literario, todo género literario, es riqueza, abundancia de lecturas comparadas, mientras que el teatro es el gordo y el flaco, una broma tan antigua que sólo puede ser revelación en la pobreza de la escena. Así, encontramos los ejercicios físicos de Artaud o de Grotowski, ejercicios de empobrecimiento: abrir la laringe para que todo sea aire y espacio, trazar una “O” con los labios tan “O” que el rostro sea un atrás, hacer el pino como forma de desarrollar un pensamiento. El amor es teatral y lo es por toda la verdad y pobreza que es el amor, y por ello –te dije– tenemos hijos, incluso aunque yo no pueda tenerlos, sé que no puedo tenerlos y los tengo, están allí, allí, hace frío, tengo hijos porque mi madre tuvo hijos, mis hermanos y todos los hermanos de los cuentos populares y de los mitos, los hermanos de José, los hermanos de Pulgarcito. El hermeneuta de riñones doloridos se caracteriza por una nariz grande, torcida y huesuda. Leer de perfil y Dios.




EL BÚFALO DE AGUA



Cuando era niño, un gran búfalo de agua vivía en el solar vacío que estaba al final de nuestra calle, el que estaba lleno de hierbas que nunca nadie cortaba. Dormía casi todo el día e ignoraba a quienes pasaban por delante de él, a menos que se nos ocurriera detenernos y pedirle una dirección. Cuando eso ocurría, se nos acercaba lentamente, levantaba la pezuña izquierda y señalaba la dirección correcta. Sin embargo, nunca decía qué señalaba, o hasta dónde debías caminar, o qué se suponía que debías hacer allí. De hecho, nunca decía nada porque los búfalos de agua son así, detestan hablar. Todo eso era demasiado frustrante para la mayoría de nosotros. Cuando a alguien se le ocurría “consultar al búfalo”, nuestro problema ya solía ser urgente y requería una solución simple e inmediata. Al final dejamos de ir a verlo y creo que poco después se marchó. En el solar sólo se veía hierba alta.

Y es una pena, la verdad, porque cada vez que habíamos seguido su pezuña puntiaguda habíamos quedado sorprendidos, aliviados o encantados con lo que habíamos encontrado, y cada vez nos hacíamos la misma pregunta: ¿cómo lo sabía?

                                        
                                                                                                                         [Shaun Tan]




http://revistakokoro.com/deixisfantasma.html


pepe

jueves, 11 de octubre de 2012

biopic





J. Edgar Hoover fue el primer director del FBI desde su creación, el 10 de mayo de 1924 hasta su muerte, en 1972. Durante 48 años sobrevivió a 8 presidentes de los Estados Unidos, algunos de los cuales intentaron destituirle sin lograrlo. Su paranoia anticomunista desarrollada frenéticamente ante el fantasma de un hipotético enemigo interior le llevó a construir un potente sistema de control e identificación de personas e instituciones –artesanal al principio, pero siempre eficaz- que bien podía hacer tambalear carreras políticas consolidadas: banqueros, empresarios, políticos, directores de periódicos, productores y estrellas de Hollywood serán objeto de su control apasionado y atadas por medio del chantaje y la extorsión.

En J. Edgar (2011, Imagine/Malpaso/Warner), Clint Eastwood, condensa en el primer tercio de un metraje largo (136 minutos) una espesa cantidad de vida y personaje: biopic de estilo con trasfondo de excesos retóricos. A primera vista hay personajes que se encuentran como en la caja del teatro y tropiezan de manera confusa en las esquinas de continuos flash-backs sin dar tiempo a colocar el atrezzo en su lugar.

Oscuridades. El mundo en sepia, vira a interiores saturados forzándolos hasta componer un escenario borrado para desatar la narración. Algo huye pero sin elipses. Un leit motiv lleno de legado, epopeya, honor, heroísmo, presencia americana del gusto último del director. Reiterada ocultación de algo más que detalles escabrosos sotto voce bajo varias capas de látex en el rostro de un muñeco que habla.


Personalidad coriácea, puritana, obsesiva, dedicada a un alto destino,  no se expone sino ahormada dentro del disfraz que acaba siendo la parte contratante del melodrama. Las intenciones -según declara el director- de no forzar las claves del relato sino de dejar abrir diferentes interpretaciones en el espectador sirven la  tram(p)a -y no sólo por la forma usada- sino por el propio posicionamiento agazapado made in : tanto en lo que se refiere al destino de los personajes del contorno, deshilachados entre humo para brillo del único, como a la confusión de lo narrado con el sueño del protagonista, extático y unívoco, a pesar de todas las buenas intenciones del relato.   

No se abre el foco: de lo que se trata es de contemporizar. La forma, como suele, acaba por justificar sin pulso las agresivas bambalinas por las que Hoover se paseó ejerciendo un poder absoluto, al activar por vez primera los mecanismos de control político fascista que crearon escuela en el país (McCarthy, Nixon). La fantasmal tarea del héroe adelantado a su tiempo. La losa del discurso fundiendo el hilo de una voz que rabia a su pesar.

Una cierta prestancia de la mise en escène, más cerca de otras series de prestigio que del cine oscuro que se pretende mostrar, ayuda a confundir y a confundirse en el monólogo casi tragicómico de un policía abotargado y machacón. Ni siquiera en el retrato de su vida íntima, en donde la película recae en su tramo final puede verse un trasfondo de malestar social, alteración de la vida, extrañeza o vacío. Al contario: la cursilería de algunas escenas roza lo beatífico. En J. Edgar, Clint Eastwood va remachando su carrera con ese reiterativo tono crepuscular en  diálogo de identificación decadente y permisiva con el ejercicio oculto de un verdadero estilo de poder.

Pepe

martes, 2 de octubre de 2012

animal

 
 
Hace cuatro años Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias,1950) reunió toda su obra poética en Esa polilla que delante de mí revolotea (Galaxia Gutenberg), dejando constancia de ser una de las voces más personales y depuradas de la poesía actual. Su nuevo libro, Lo solo del animal, se mueve en las mismas coordenadas. No hay apenas evolución desde entonces, pero es que el corpus de esta obra se reconoce y se construye en profundidad, no bajo la idea de progreso lineal o saltos de riesgo. Hilado desde la coherencia del mensaje y su forma. Me explico. 
 
Ya desde la cita de Freud que abre el libro se nos avisa del terreno que vamos a pisar: el interregno entre la memoria y los sueños. El mismo espacio en el que se desarrolla la mayor parte de sus libros anteriores. Se pretende responder a la pregunta de qué es lo que somos, si lo que somos es aquello que permanece, aquello que resiste y nos sustenta. Un algo que, a estas alturas lo sabemos, no puede entenderse del todo, no, al menos, con las palabras gastadas del día a día. En ese misterio íntimo e inasible es donde quieren crecer estos poemas. Los ecos. Las correspondencias. Lo que resuena dentro entre el turbión de los días (p.171). Aquello que no puede ser comunicado (p.36) y que forma la base de la comunicación poética. Ese hila que hila el fantasma/ entre lugar y hueco (p. 111)  Ese misterio, que es la clave de lo que somos. Y sabemos que el ser es tiempo, y que el tiempo humano no es otra cosa que memoria.    
            
La cuestión es cómo decirlo, cómo apresarlo y con qué palabras.
            
Se pregunta en un poema: ¿La fuerza de una imagen es efecto del punto en que se cruzan las asociaciones, o es solo su pureza la nitidez extraña y viva de una impresión?(p. 58)
            
Entonces Olvido García Valdés entiende que escribimos recordando, segregando el lenguaje como un fluido orgánico. Extraño y propio. La escritura es la resina que destilamos del tiempo que somos, que por definición se nos escapa y que es irremediablemente incomprensible. Supuramos poesía para intentar comprender el tiempo, para intentar de esa manera comprendernos a nosotros mismos. Esa es la idea. Y de ahí la forma de los poemas, la dicción propia de la autora, tan reconocible y tan coherente con lo expuesto hasta aquí. 
 
De ahí esa música antigua (p. 123), de un tiempo fuera del tiempo, como el puzzle disuelto de nuestra memoria, ordenadamente caótico. Así. Olvido escribe desde la continua elipsis y el desarraigo temporal, un idioma que fluye en fragmentos, como conversaciones borrosas en la lejanía, arrancadas de su contexto y de su tiempo. Como un ready-made lingüístico. Si Marcel Duchamp rodea de vacío a una rueda de bicicleta, y en su nueva contextualización nos dice: esto es arte, hay otra forma de (ad)mirar lo cotidiano. Olvido García Valdés hace lo mismo con los fragmentos del pasado, los instantes, los objetos, las sensaciones. El idioma es  fragmentado y elíptico. No puede ser de otra manera. 
 
La lengua de los recuerdos y el misterio que los cose sigue esas mismas reglas. Ahí es (de) donde se escribe la poesía de Lo solo del animal. Y lo hace para buscar aquello que permanece y que es, probablemente, una ilusión, como cualquier tentativa artística por ceñir lo inaprensible. O puede que no, y que en todo esto resida la única posibilidad de supervivencia. En los trazados confusos de la memoria.
            
La poesía de Olvido García Valdés se aferra, en esa búsqueda, al mito de la infancia. A los paisajes mentales y la naturaleza ya perdida de otro tiempo siempre en violento contraste con el presente: su fiebre, sus normas, la sumisión a la prisa y al progreso, etc. Frente a eso, que apenas es sugerido, los poemas nos traen la extraña calma del mundo natural, sus ritmos distintos, la vida rural, ya casi extinta, y su forma de digerir el tiempo y el estar en el mundo. Buscaremos ahí lo que permanece. 
 
Cuando el tiempo era otro, más lento y puede que más humano. Un rumor de castaños y una taza de leche (p. 153). Eso es suficiente como tesoro, a eso hay que agarrarse como tabla de salvación. Pero qué es un recuerdo cuando se lo arranca del tiempo. Qué son aquellos ritos, la familia, los olores y las secuencias de este mundo, cortadas y puestas en una vitrina extraña. Es lo sagrado. Aquello lejano, imposible y necesario. Aquello que forma la materia que finalmente somos. La memoria desordenada, donde conviven el canto perdido de un pájaro o las obras de arte que se clavaron como esquirlas en alguna parte de nuestra columna vertebral. Por eso confluyen en estos poemas la aldea asturiana con la pintura de Magritte  o el cine del japonés Yasujiro Ozu. Y no es casual. La memoria es una forma de ver y de ser en el tiempo, como el arte. Y hay mucho de Ozu en estos poemas. En la contemplación lenta de lo que permanece, aunque ya no esté. Esa contemplación lenta propia, queremos pensar, de los animales. En un apacible ensimismarse del ojo ajeno (p.179).
            
Porque esa búsqueda del tiempo distinto, del mundo distinto que se genera en el entorno rural antiguo o en la infancia, tiene en los animales una expresión preferente. El animal permanece, es fiel a su ser, sin misterios ni hilos extraños, sin estrategias absurdas. El animal es. Fue. Será. Lo solo del animal permanece. Y a lo largo de estas páginas, como en otros libros anteriores, aparece apoyando ese discurso de fuga y denuncia. Recordemos que en 1993 ya publicó con el título de Ella, los pájaros. Y por aquí no dejan de sobrevolar con toda su carga semántica: libres y enjaulados, cercanos e inalcanzables. O pájaros muertos, que contrastan con los aviones comerciales (p.95). Garzas, martinetes, mirlos, por ejemplo. Pero la presencia animal más insistente es la del gato, el animal fronterizo por excelencia: el que vive en el límite entre lo doméstico y lo salvaje, y participa hasta saciarse de esa doble naturaleza. Igual que se percibe el reino de la infancia, en los pueblos y en los bosques. Entre el estar y la obligación del ser. El gato como reflejo de lo que se busca ser. O los reptiles. Como el geco. Sangre fría y lentitud primordial. La vida contemplada a un ritmo definitivamente distinto. Diremos que se trata de eso: de la nostalgia por no ser un animal y vivir ese tiempo basado en el puro estar (p. 139). El animal permanece y no necesita excusas ni subterfugios para buscar aquello que le ancla a sí mismo y al mundo. Para eso nosotros necesitamos a la poesía.
            
Y Olvido García Valdés nos ofrece como tabla de salvación fragmentos de lenguaje y memoria que flotan a la deriva. Y lleva décadas ofreciendo ese mismo desgarro, en jirones de tiempo segregado. Y este libro  la vuelve a confirmar como una autora ineludible por la coherencia de su poética que, podría ser acusada de inmovilista, pero que precisamente obtiene sus mejores logros cuando se ciñe al molde vaporoso que tanto aparece en Esa polilla que delante de mí revolotea: la elipsis, el fragmento, el encabalgamiento (técnica  que en opinión de quien escribe maneja con una maestría inigualable en la poesía actual), etc. perdiendo un poco el alto nivel con los intentos en prosa o en poemas de corte biográfico y estilístico más tradicional. 
 
A pesar de que no es su mejor libro (qué difícil es eso en una obra tan redonda) Lo solo del animal es un jalón más en una carrera imprescindible. Habrá que seguir leyéndola. Porque poemas como este bien valen la búsqueda de un reino: encontró ya su cuerpo/ vestido por la muerte, música de/ esquilas en el aire cuando cae/ el sol, oscura piel las cabras/ y rastrojo oro blanco en la sonora/ anchura del cielo, balidos menores, balidos/ maternos de odres colgantes, ligeros/ cabritillos, cencerros de grave/ resonancia o cantarina y cascabel y / geco al muro, foto/ fija la música// desde aquí, jueves y julio/ hasta allá, sábado/ y febrero, geco detenido y / esquilas alejándose, puntillas/ blancas (p. 173).
 
Raúl Quinto. Acerca de la permanencia.  
Sobre Lo solo del animal, Olvido García Valdés. Bcn, Tusquets 2012.
 
 
pepe
 

lunes, 1 de octubre de 2012

zweig



Nosotros, por el contrario, lo hemos vivido todo sin la vuelta atrás, del antes no ha quedado nada ni nada ha vuelto; se nos ha reservado a nostros el privilegio de participar de lleno en todo aquello que, por lo general, la historia asigna cada vez a un solo país y un solo siglo.

Una misma generación era testigo, como máximo, de una revolución; otra de un golpe de estado; una tercera, de una guerra; una cuarta, de una hambruna; una quinta de una bancarrota nacional...y muchos países privilegiados y no menso generaciones afortunadas ni tan siquiera habían tenido que vivir nada de eso.

Nosotros, en cambio, los que hoy rondamos los 60 años y de iure aún nos toca vivir algún tiempo más ¿qué no hemos visto, no hemos sufrido, no hemos vivido?. Hemos recorrido de cabo a rabo el catálogo de todas las calamidades imaginables (y eso que aún no hemos llegado a la última página).

Yo mismo, por ejemplo, he sido contemporáneo de las dos guerras más grandes de la humanidad, y cada una de ellas las viví en un bando diferente (...) Antes de la guerra había conocido la forma y el gradoi más altos de la libertad individual y después, su nivel más bajo desde siglos.  He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre.

Por mi vida han galopado todos los caballos amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo (...)

Me he visto obligado a ser testigo indefenso e impotente de la inconcebible caída de la humanidad en una barbarie como no se había visto en tiempos(...). Después de siglos, nos estaban reservadas de nuevo guerras sin declaración de guerra, casmpos de concentración, torturas, saqueos indiscriminados y bombardeos de ciudades indefensas; bestialidades que las últimas 50 generaciones no habían conocido y que ojalá no conozcan las futuras.

Sin embargo, por una extraña paradoja, en el mismo lapso de tiempo en que nuestro mundo retrocedía un milenio en lo moral, también he visto a la misma humanidad elevarse hasta alturas insospechadas en lo que a la técnica y el intelecto se refiere, cuando de un aletazo ha superado las conquistas de millones años: la del éter gracias al avión, la transmisión de la palabra terrenal por todo el planeta en un segundo y, con ella, la conquiesta del universo, la desintegración del átomo, el triunfo sobre las peores enfermedades y la conversión en posibles de muchas cosas cotidianas que tan sólo en la víspera eran imposibles.

Antes de ese momento, la humanidad, como conjunto, nunca había mostrado una faceta tan diabólica ni tampoc alcanzado cotas de creación tan parecidas a las divinas.

Stefan Zweig (Viena 1881- Petrópolis, Brasil 1942).
Del Prefacio a El mundo de ayer. Memorias de un europeo.
El Acantilado, 1ª Edición. Barcelona 2001


pepe