Nosotros, por el contrario, lo hemos vivido todo sin la vuelta atrás, del antes no ha quedado nada ni nada ha vuelto; se nos ha reservado a nostros el privilegio de participar de lleno en todo aquello que, por lo general, la historia asigna cada vez a un solo país y un solo siglo.
Una misma generación era testigo, como máximo, de una revolución; otra de un golpe de estado; una tercera, de una guerra; una cuarta, de una hambruna; una quinta de una bancarrota nacional...y muchos países privilegiados y no menso generaciones afortunadas ni tan siquiera habían tenido que vivir nada de eso.
Nosotros, en cambio, los que hoy rondamos los 60 años y de iure aún nos toca vivir algún tiempo más ¿qué no hemos visto, no hemos sufrido, no hemos vivido?. Hemos recorrido de cabo a rabo el catálogo de todas las calamidades imaginables (y eso que aún no hemos llegado a la última página).
Yo mismo, por ejemplo, he sido contemporáneo de las dos guerras más grandes de la humanidad, y cada una de ellas las viví en un bando diferente (...) Antes de la guerra había conocido la forma y el gradoi más altos de la libertad individual y después, su nivel más bajo desde siglos. He sido homenajeado y marginado, libre y privado de libertad, rico y pobre.
Por mi vida han galopado todos los caballos amarillentos del Apocalipsis, la revolución y el hambre, la inflación y el terror, las epidemias y la emigración; he visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo (...)
Me he visto obligado a ser testigo indefenso e impotente de la inconcebible caída de la humanidad en una barbarie como no se había visto en tiempos(...). Después de siglos, nos estaban reservadas de nuevo guerras sin declaración de guerra, casmpos de concentración, torturas, saqueos indiscriminados y bombardeos de ciudades indefensas; bestialidades que las últimas 50 generaciones no habían conocido y que ojalá no conozcan las futuras.
Sin embargo, por una extraña paradoja, en el mismo lapso de tiempo en que nuestro mundo retrocedía un milenio en lo moral, también he visto a la misma humanidad elevarse hasta alturas insospechadas en lo que a la técnica y el intelecto se refiere, cuando de un aletazo ha superado las conquistas de millones años: la del éter gracias al avión, la transmisión de la palabra terrenal por todo el planeta en un segundo y, con ella, la conquiesta del universo, la desintegración del átomo, el triunfo sobre las peores enfermedades y la conversión en posibles de muchas cosas cotidianas que tan sólo en la víspera eran imposibles.
Antes de ese momento, la humanidad, como conjunto, nunca había mostrado una faceta tan diabólica ni tampoc alcanzado cotas de creación tan parecidas a las divinas.
Stefan Zweig (Viena 1881- Petrópolis, Brasil 1942).
Del Prefacio a El mundo de ayer. Memorias de un europeo.
El Acantilado, 1ª Edición. Barcelona 2001
pepe
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