sale sonny a saludar encorvado y aparentemente
vencido y la noche se mueve hacia dentro, hacia los primeros compases
de la música que nos aparta el miedo, la vergüenza, el hastío. sale
sonny con su historia tras él que parece vencerle el espinazo y sin embargo empieza a sobrevolar nuestra cabezas con una ligereza indomable y precisa.
da una vuelta completa al escenario por detrás de sus músicos y sin aviso entrega su melodía de piedra y cielo a la noche, como las palabras de la tribu. viene de la noche del tiempo y vuelve a ella, al sonido primordial de los animales esperando ser heridos, quejándose ya de la dentellada que no ha sucedido aún, del desgarro en la garganta, la caída inminente.
sonny lleva una camisa rojo sangre y el pelo blanco rizado y gafas negras y la barba faraónica y se mueve también como los animales y como algunos hombres que sueltan alaridos de su garganta al mirar a su alrededor y darse cuenta que han de empezar a moverse si no quieren caer, inciar un baile alegre y sombrío, una ceremonia de aire y piel percutida.
en un momento de la música, sonny se para, erguido, mira hacia arriba y parece que convoca a sus ancestros; acaricia el metal y el nácar y busca penumbra a un lado del escenario. se sonríe apenado, dispuesto para el siguiente hueco de música íntima y perentoria. abandona el baile por un momento, paso leve de árbol viejo y lanza otro nuevo aullido sentimental que enmudece y alegra nuestra noche.
"la música de jazz ha prosperado porque ha tenido que luchar para subsistir". saluda de nuevo, se vuelve un momento hacia el público y levanta el puño y lo agita en señal de conmemoración, porque sabe que aún no estamos vencidos.
pepe
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