martes, 6 de noviembre de 2012

lección de biología / iván humanes

 
 
Lección de biología
 
(e) Iván Humanes
(i) Daniel Madrid
 
Mis pequeños están locos como una tostadora General Electric D-12, siempre tan de carne y cera sangre, con su manía por carbonizarlo todo. Corren desnudos entre los arbustos. Son unos delicados ciervos del revés, monos con la piel para dentro. Y juegan a desaparecer. A veces la cabeza no está sobre sus hombros. Y yo les digo: miren a los leñadores, pequeños, miren cómo aplican el corte medido con sus sierras enormes, miren cómo le dan tajo a esos árboles que parecen faros, les digo yo. Aprovechan el movimiento como ustedes, hijos míos, lo cultivan. Así debe ser: primero un pie, luego el otro, más tarde las manos, las manos para más tarde, y tras ello la sierra en las rodillas, la carne apilada a un lado. Orden. Ante todo orden. Y la luz roja espera al final del túnel. Y es que, niñitos, los caníbales prefieren a los carecen de espina dorsal. 
 
Ella encerrada en un coche que tiene en verdad apariencia de alambres de espino y nieve nevada. Su meñique es botín, el derecho o el izquierdo. Y ya saben que es un elemento muy apreciado entre los generales. Es suave y recto, apunta a lo alto y es justicia. Su dedo más aún. El dedo de la prisionera de medias rotas es linealidad pura. Sonido de tambores en medio de la noche. Como la mente, laberinto y timbre de la puerta de casa a las cuatro y doce de la mañana y la policía haciendo preguntas. Disfruten. La prisionera, sí, es nuestra. El novio de la prisionera, sí, es nuestro. Él ya descansa debajo de sus pies, chicos, monitos pulcros, enormes liebres de campo. 
 
El novio yace deconstruido como un verdadero Jacques Derrida. Pero ustedes no han leído a Derrida, claro. No saben nada, son carne para nachos, cabeza de caballo y cola de cerdo. Yo sí. Su madre tiene estudios superiores, ¿quién lo diría? Y les puede dar clase desde la certeza. ¡Atención! ¡En fila! Observen lo que digo: el estacazo que han aplicado en el hombre de pelo rojo y ceniza en la camisa está lejos del golpeo mecánico de mano en el cogote de un conejo, a la antigua usanza. Perfeccionar el ¡clac! en cuello de hombre-conejo y listo. 
 
Y esos visitantes de nuestro bosque -él y ella que han venido aquí a eso de comer primero encima de una manta de cuadros para después follar encima, con migas y todo- han acabado con nuestra santa paciencia y paz de ramas y charcos y tenemos que marcar territorio. Decirles: ¡Ey, que estamos aquí, que ese corretear de niños tras los troncos que habéis temido éramos nosotros, que el ir y venir, y las risas, y ese sonido de golpeo en tambor hueco éramos nosotros, eran nuestras cabezas contra los árboles, las palmas chocando contra el suelo mojado, nosotros! 
 
Se trata de marcar el espacio propio, y también de abonar nuestra tierra, de fertilizar el terreno con sus cuerpos para que puedan jugar en este espacio de troncos inútiles sin nadie que amenace el verles (observador o leñador curioso con la mano rota o pareja que tiene el fuego y el pecado en intestino) y luego denunciar que hay unos cuerpos de unos niños pequeños colgados de un árbol, allá al fondo de la arboleda, y que ustedes en algún momento fueron mis diminutas marmotas, animales raros, insectos que bendicen e iluminan cuando llega la oscuridad y que quizás la madre fue la que hizo ¡crac-crac! y que luego también ¡pum! tiro y caput y que no sé qué y mierdas y esas basuras que se inventan. Mis pequeños monstruos. 
 
Tocad, tocad a la prisionera apresada en el maletero de ese coche. Hace años os traje aquí y os conduje al reino. Celebremos la confusión. Vengan a mi reino, hijos míos. Y aprendan la lección de hoy porque madre abrirá el libro de biología por la página sesenta y nueve y media y les enseñará sobre los invertebrados. Atiendan: los invertebrados carecen de columna vertebral y esqueleto interno vertebrado. Vean un ejemplo en la extracción que practicamos al señor. Se llevó un susto de muerte, sí, un susto de muerte. ¡No se rían, sapos! La zoología distingue entre los artrópodos y los no artrópodos. Tomen nota. No se despisten. Mis crustáceos. Queridos gorgojos. Bellos miriópodos. ¿Vieron cómo el hombre parecía un gusano tras la operación? Bravo. Son ustedes tan inteligentes, de una inteligencia tan elevada sobre Marte... Y avanzan tan a prisa... Son unos eternos de tomo y lomo. La nariz, los párpados y los dedos son estructuras que pueden ulcerar, mejor su eliminación. El rostro es intercambiable, pura apariencia. Entre infinito y cero. Ya lo han visto. 
 
Pero basta ya, pasemos a la siguiente lección, dejemos la teoría. Traigamos entonces a nuestra prisionera. El golpe debe ser seco y rasgado. Seco y rasgado. Tengan a bien siempre dejar sin conciencia a los insectos pues los gritos suelen ser molestos para el trabajo. El grito del invertebrado raspa cerebro, masa, interrumpe el estudio, es púa que espolea mollera. La miel no está hecha para el colmillo del asno. Y los artrópodos están cubiertos de un exoesqueleto continuo, pueden llamarlo cutícula. Su estómago se divide en tres partes: estomodeo, mesodeo y proctodeo. Y ella, como ya vieron, bien puede ser uno de los nuestros, tan de piel blanca y voz luminosa. Pongan todo su arte en el recorrido del paso de su cuerpo de mujer a artrópodo. Ella bailará para nosotros. Puede ayudarnos a aprender nuevas lecciones, es joven y valerosa. Un sujeto diferente a los demás. Primero, el golpe. Luego apartar el cabello de la cara. Más tarde rezar por su alma. Y luego convertirla, hacerla nuestra para siempre. Nuestra linda joven. Será la institutriz, sonrisas y lágrimas para todos ustedes. Recíbanla con sus juegos y sus saltos. Venga a nosotros su reino. Provoquen al invertebrado que lleva dentro, inside. Y no se olviden de enterrar los calcetines. Da buena suerte.
 
*******

– ¿Cómo cuánta sed tiene un licántropo? –preguntó ella una vez le hubieron liberado.

– ¿Cómo cuánto corre el león?– le dijo uno de los niños antes de agarrar el cuchillo–. ¿Cómo cuánto?– repitió.

Y no paró la pregunta hasta que la familia, hijos y madre, lograron, tras las incisiones oportunas, que ella se pusiera la cara de su novio sobre el rostro. Y la joven institutriz lo hizo después de ver el cuchillo demasiado cerca de los ojos, y aulló antes de caer de rodillas entre las ramas rotas y abrazar a esos pequeños. Luego pidió volver al maletero del coche y dormir el sueño de los insectos, sentir las hojas resbalando debajo de su cuerpo de ciempiés, libar metal.

–Y así celebraremos como debe celebrarse la ceremonia de la confusión –les dijo a sus ya pequeñas, diminutas, larvas para siempre.


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pepe

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