Mis pequeños están locos como una
tostadora General Electric D-12, siempre tan de carne y cera sangre, con su
manía por carbonizarlo todo. Corren desnudos entre los arbustos. Son unos delicados
ciervos del revés, monos con la piel para dentro. Y juegan a desaparecer. A
veces la cabeza no está sobre sus hombros. Y yo les digo: miren a los leñadores,
pequeños, miren cómo aplican el corte medido con sus sierras enormes, miren
cómo le dan tajo a esos árboles que parecen faros, les digo yo. Aprovechan el
movimiento como ustedes, hijos míos, lo cultivan. Así debe ser: primero un pie,
luego el otro, más tarde las manos, las manos para más tarde, y tras ello la
sierra en las rodillas, la carne apilada a un lado. Orden. Ante todo orden. Y
la luz roja espera al final del túnel. Y es que, niñitos, los caníbales
prefieren a los carecen de espina dorsal.
Ella encerrada en un coche que tiene
en verdad apariencia de alambres de espino y nieve nevada. Su meñique es botín, el
derecho o el izquierdo. Y ya saben que es un elemento muy apreciado entre los
generales. Es suave y recto, apunta a lo alto y es justicia. Su dedo más aún.
El dedo de la prisionera de medias rotas es linealidad pura. Sonido de tambores
en medio de la noche. Como la mente, laberinto y timbre de la puerta de casa a
las cuatro y doce de la mañana y la policía haciendo preguntas. Disfruten. La
prisionera, sí, es nuestra. El novio de la prisionera, sí, es nuestro. Él ya
descansa debajo de sus pies, chicos, monitos pulcros, enormes liebres de campo.
El novio yace deconstruido como un verdadero Jacques Derrida. Pero ustedes no
han leído a Derrida, claro. No saben nada, son carne para nachos, cabeza de
caballo y cola de cerdo. Yo sí. Su madre tiene estudios superiores, ¿quién lo
diría? Y les puede dar clase desde la certeza. ¡Atención! ¡En fila! Observen lo
que digo: el estacazo que han aplicado en el hombre de pelo rojo y ceniza en la
camisa está lejos del golpeo mecánico de mano en el cogote de un conejo, a la
antigua usanza. Perfeccionar el ¡clac! en cuello de hombre-conejo y listo.
Y esos
visitantes de nuestro bosque -él y ella que han venido aquí a eso de comer
primero encima de una manta de cuadros para después follar encima, con migas y
todo- han acabado con nuestra santa paciencia y paz de ramas y charcos y tenemos
que marcar territorio. Decirles: ¡Ey, que estamos aquí, que ese corretear de
niños tras los troncos que habéis temido éramos nosotros, que el ir y venir, y
las risas, y ese sonido de golpeo en tambor hueco éramos nosotros, eran
nuestras cabezas contra los árboles, las palmas chocando contra el suelo mojado,
nosotros!
Se trata de marcar el espacio propio, y también de abonar nuestra
tierra, de fertilizar el terreno con sus cuerpos para que puedan jugar en este
espacio de troncos inútiles sin nadie que amenace el verles (observador o
leñador curioso con la mano rota o pareja que tiene el fuego y el pecado en
intestino) y luego denunciar que hay unos cuerpos de unos niños pequeños
colgados de un árbol, allá al fondo de la arboleda, y que ustedes en algún
momento fueron mis diminutas marmotas, animales raros, insectos que bendicen e
iluminan cuando llega la oscuridad y que quizás la madre fue la que hizo
¡crac-crac! y que luego también ¡pum! tiro y caput y que no sé qué y mierdas y esas basuras que se inventan. Mis
pequeños monstruos.
Tocad, tocad a la prisionera apresada en el maletero de ese
coche. Hace años os traje aquí y os conduje al reino. Celebremos la confusión. Vengan
a mi reino, hijos míos. Y aprendan la lección de hoy porque madre abrirá el
libro de biología por la página sesenta y nueve y media y les enseñará sobre
los invertebrados. Atiendan: los invertebrados carecen de columna vertebral y
esqueleto interno vertebrado. Vean un ejemplo en la extracción que practicamos
al señor. Se llevó un susto de muerte, sí, un susto de muerte. ¡No se rían,
sapos! La zoología distingue entre los artrópodos y los no artrópodos. Tomen
nota. No se despisten. Mis crustáceos. Queridos gorgojos. Bellos miriópodos. ¿Vieron
cómo el hombre parecía un gusano tras la operación? Bravo. Son ustedes tan
inteligentes, de una inteligencia tan elevada sobre Marte... Y avanzan tan a
prisa... Son unos eternos de tomo y lomo. La nariz, los párpados y los dedos
son estructuras que pueden ulcerar, mejor su eliminación. El rostro es intercambiable,
pura apariencia. Entre infinito y cero. Ya lo han visto.
Pero basta ya, pasemos
a la siguiente lección, dejemos la teoría. Traigamos entonces a nuestra
prisionera. El golpe debe ser seco y rasgado. Seco y rasgado. Tengan a bien
siempre dejar sin conciencia a los insectos pues los gritos suelen ser molestos
para el trabajo. El grito del invertebrado raspa cerebro, masa, interrumpe el
estudio, es púa que espolea mollera. La miel no está hecha para el colmillo del
asno. Y los artrópodos están cubiertos de un exoesqueleto continuo, pueden
llamarlo cutícula. Su estómago se divide en tres partes: estomodeo, mesodeo y
proctodeo. Y ella, como ya vieron, bien puede ser uno de los nuestros, tan de
piel blanca y voz luminosa. Pongan todo su arte en el recorrido del paso de su
cuerpo de mujer a artrópodo. Ella bailará para nosotros. Puede ayudarnos a
aprender nuevas lecciones, es joven y valerosa. Un sujeto diferente a los
demás. Primero, el golpe. Luego apartar el cabello de la cara. Más tarde rezar
por su alma. Y luego convertirla, hacerla nuestra para siempre. Nuestra linda
joven. Será la institutriz, sonrisas y lágrimas para todos ustedes. Recíbanla
con sus juegos y sus saltos. Venga a nosotros su reino. Provoquen al
invertebrado que lleva dentro, inside.
Y no se olviden de enterrar los calcetines. Da buena suerte.
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– ¿Cómo cuánta sed tiene un licántropo? –preguntó ella una vez le hubieron liberado.
– ¿Cómo cuánto corre el león?– le dijo uno de los niños antes de agarrar el cuchillo–. ¿Cómo cuánto?– repitió.
Y no paró la pregunta hasta que la familia, hijos y madre, lograron, tras las incisiones oportunas, que ella se pusiera la cara de su novio sobre el rostro. Y la joven institutriz lo hizo después de ver el cuchillo demasiado cerca de los ojos, y aulló antes de caer de rodillas entre las ramas rotas y abrazar a esos pequeños. Luego pidió volver al maletero del coche y dormir el sueño de los insectos, sentir las hojas resbalando debajo de su cuerpo de ciempiés, libar metal.
–Y así celebraremos como debe celebrarse la ceremonia de la confusión –les dijo a sus ya pequeñas, diminutas, larvas para siempre.
– ¿Cómo cuánta sed tiene un licántropo? –preguntó ella una vez le hubieron liberado.
– ¿Cómo cuánto corre el león?– le dijo uno de los niños antes de agarrar el cuchillo–. ¿Cómo cuánto?– repitió.
Y no paró la pregunta hasta que la familia, hijos y madre, lograron, tras las incisiones oportunas, que ella se pusiera la cara de su novio sobre el rostro. Y la joven institutriz lo hizo después de ver el cuchillo demasiado cerca de los ojos, y aulló antes de caer de rodillas entre las ramas rotas y abrazar a esos pequeños. Luego pidió volver al maletero del coche y dormir el sueño de los insectos, sentir las hojas resbalando debajo de su cuerpo de ciempiés, libar metal.
–Y así celebraremos como debe celebrarse la ceremonia de la confusión –les dijo a sus ya pequeñas, diminutas, larvas para siempre.
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pepe
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